La Palabra de Dios advierte sobre la filosofía humanista “. . . filosofías y huecas sutilezas . . .” (Colosenses 2: 8) Arroja esta luz negativa sobre la filosofía especulativa porque nuestro intelecto no iluminado tiende a producir orgullo, hasta el día en que llegar a ser semejante a Cristo se convierte en nuestro objetivo espiritual. Luego, casi sin esfuerzo, experimentamos un nuevo deseo de humildad. Esto sucede cuando comenzamos a caminar en la luz de Cristo y comenzamos a ver más claramente nuestras propias imperfecciones. Por ejemplo, cuando el apóstol Pablo estaba en sus primeros años de ministerio, se describió a sí mismo como “. . . el más pequeño de los apóstoles . . .” (1 Corintios 15: 9). Luego, después de muchos años de servicio dedicado, se describió de nuevo . Esta vez se consideraba a sí mismo como “. . . de los cuales yo soy el peor de todos.” Contemple estas palabras escritas a Timoteo por el apóstol enviado de Dios a los gentiles:
“. . . Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», de los cuales yo soy el peor de todos. Pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús me usara como principal ejemplo de su gran paciencia aun con los peores pecadores. De esa manera, otros se darán cuenta de que también pueden creer en él y recibir la vida eterna.”
– 1 Timoteo 1:15-16, NTV
“¿Por qué” puede preguntarse, Pablo experimentó esta comprensión progresiva de su propia imperfección? Hay una razón específica: él había estado viviendo cada vez más cerca de la luz pura de Cristo. Ahora, podía ver vívidamente su propia inmadurez, orgullo y muchas formas de debilidades humanas. Humildemente se veía en marcado contraste con Jesucristo, su Señor. Emmanuel, “. . . Dios con nosotros” (Mateo 1:23) era y es el único estándar humano de la perfección! Sólo Él que era totalmente obediente, y por eso, Él es la esencia de la gloria de Su Padre (ver Hebreos 1:3).
Cuando Jesús, el Señor Resucitado le invitó a Tomás a tocar Sus heridas (ver Juan 20:27), fue estrictamente debido a su temor terco de la fe. Ya había visto el agua transformada en vino, a los ciegos ver, a los hombres cojos caminar y a los miles satisfechos de comer los pocos panes y peces que él mismo ayudó a llevar – ¡pero él dudaba! Este fracaso repetido de procesar los hechos con precisión no fue una muestra significativa de inteligencia. Sin embargo, conociendo el buen corazón de Tomás, el Señor le brindó una oportunidad para bendecirlo. En esa ocasión, simplemente le dijo a Tomás: “. . . no seas incrédulo . . .” (Juan 20:27c) ¡Al instante obedeció, confiando en lo que ya sabía que era verdad! En ese momento, se humilló y al ver el cuerpo resucitado de Jesús, declaró: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28). Se convirtió en un misionero muy valioso. Su batalla con la duda estaba resuelta, así que por fin podía concentrarse en ministrarles a otros. Se convirtió en el testigo de la verdad de la resurrección del Señor. El Espíritu Santo en Su gracia probó la divinidad del Señor Jesús, ¡hasta con el más escéptico de los hombres!
“Venid ahora, y razonemos —dice el Señor”
– Isaías 1:18
– Billie Hanks Jr.